Recordaba ese día, en mi mente seguían grabadas las imágenes emitidas por televisión y los pedacitos de sus palabras, pero... no había podido darme el gustazo de leerlo del tirón y dejarme arropar por entramado de ideas hasta que una amiga lo compartió conmigo a través de una red social.
Ahora no puedo más que regalárselo a todos aquellos que, como yo, disfrutan con esto a lo que quisieron llamar literatura.
Es largo pero... merece la pena cada palabra.
"SOBRE LITERATURA Y FICCION"
DISCURSO DE CONCESIÓN DEL PREMIO NOBEL DE
LITERATURA 2010
“Toda la vida he tenido a mi lado gentes así,
que me querían y alentaban y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a
ellos y sin duda también a mi terquedad y mi suerte, he podido dedicar buena
parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir. Crear una
vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo
extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo,
eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse
palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes
desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para
aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una
disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma, la escritura
y la estructura lo que engrandece o empequeñece los temas. Martorell,
Cervantes, Dickens, Balzac, Tólstoi, Conrad, Thomas Mann que el número y la
ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la
estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una
obra de teatro o un ensayo comprometidos con la realidad, las mejores opciones
y pueden cambiar el curso de la historia. Orwell , que una literatura
desprovista de moral es inhumana. Y Malraux , que el heroísmo y la épica cabían
en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, “La Odisea” y “La
Ilíada”. Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo
algo o mucho, sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables.
Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los
abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos.
Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos
libros descubrí, que aún en las peores circunstancias, hay esperanza y que vale
la pena vivir aunque fuera solo porque sin la vida no podríamos leer ni
fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el
mío, con escasos lectores y tantos pobres analfabetos e injusticias, donde la
cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipcista. Pero
estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo. Incluso
en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi
tiempo. Creo que hice lo justo. Pues si para que la literatura florezca en una
sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la
prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca.
Por el contrario, gracias a la literatura, a las
conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró al desencanto de lo
real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora
menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida
con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que
leímos. Más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico,
motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es
protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo
que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni si quiera saberlo, que la vida
tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto fundamento de la
condición humana y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder
vivir, de alguna manera, las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas
disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de
la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en
que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una
religión. Quienes dudan de que la literatura además de sumirnos en el sueño de
la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión,
pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de
los ciudadanos, de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas
de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores
independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la
imaginación discurra por los libros. Lo sediciosas que se vuelven las ficciones
cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se
ejerce con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo
quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores al inventar historias propagan la
insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la
fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa
raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más
difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer
que entre barrotes inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
La buena literatura tiende puentes entre gentes
distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de
las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando
la gran ballena blanca sepulta al capitán Ajap en el mar, se encoge el corazón
de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tomboktú. Cuando Emma Bovàry se
traga el arsénico, Anna Karénina se arroja al tren y Julien Sorrel sube al
patíbulo y, cuando en “El sur” el urbano doctor Juan Dalman sale de aquella
pulpería de la Pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que
todos los pobladores de Komala, el pueblo de Pedro Páramo están muertos, el
estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo,
Alá o si es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La
literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las
fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las
religiones, los idiomas y la estupidez.
Como todas las épocas han tenido sus espantos,
la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua
especie, convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los
inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias o impone la
verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día
en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas.
Creíamos que con el desplome de los imperios
totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los Derechos Humanos se
impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y
guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie
proliferan atizadas por el fanatismo y con la multiplicación de armas de
destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de
enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles
al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus
crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que
provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la
libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización.
Defendamos la democracia liberal, que con todas
sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la
tolerancia, los Derechos Humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las
elecciones libres, la alternancia en el poder…Todo aquello que nos ha ido
sacando de la vida feral y acercándonos, aunque nunca llegaremos a alcanzarla,
a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura. Aquella que solo
inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los
fanáticos homicidas, defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros
sueños realidad.”
Mario Vargas Llosa
Estocolmo, 10 de diciembre
2010
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