Sentada, nerviosa, paso las hojas de una revista
sin apenas detenerme en las fotografías y mucho menos en sus titulares. El olor
a desinfectante penetra en mí sin poder hacer nada por evitarlo. “Espacio libre de humos”, “por favor guarden silencio”, dos chicas
cuchicheando y sonriendo: recorro la estancia con la mirada buscando cualquier
distracción que enmudezca las voces de mi cabeza. Nada.
No había habido más síntomas que el evidente, pero
supe que él solo era suficiente para ir al médico a hacerme la prueba. “Algo”
parecía estar creciendo dentro de mí y era necesario salir de dudas. Así que…
aquí estoy, esperando los resultados. Aquí estoy… muerta de miedo. No me siento
preparada para esto, aunque supongo que… ¿quién lo está? Temo no saber
afrontarlo, no saber manejarlo, no saber… simplemente no saber. Sé que tendré
el apoyo incondicional de mi madre, la verdad, desconozco cómo podría vivir sin
ella; pero YO no puedo fallar, de MÍ dependerá todo, lo sé, no puedo engañarme.
Vuelvo revisar la sala: un corcho lleno de
fotografías de bebés, una mujer con las gafas apoyadas en la punta de su nariz
revisando su teléfono móvil por puro pasatiempo… ¡Bendito pasatiempo que yo no
hallo! Cojo otra revista del montón y antes de poder echarle un ojo:
─Por favor, ¿Elena
Martínez Alonso? ─dice la enfermera después de abrir la puerta mientras
da un repaso general, en busca de una respuesta, a todas las mujeres que
compartimos espera.
─Sí, soy yo ─titubeo mientras me levanto e intento colocar la revista sin que se
me caiga el bolso y el abrigo, que hasta hace unos segundos reposaban en mi
regazo.
La enfermera espera pacientemente, y una vez que
me recompongo me acompaña hasta el despacho donde el médico me está esperando.
Me siento. Mi corazón late con fuerza mientras me
repito una y otra vez: «por favor, por favor, por favor». El Dr. Suárez Vidal
levanta la vista de sus papeles, me sonríe cariñosamente y comienza a decir:
─Elena, ya tenemos los resultados ─hace una pausa. Siento que me voy a marear. Coge aire y añade ─Es benigno, Elena, es benigno.

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